María, con los pies polvorientos, se puso en camino hacia la casa de su prima Isabel. Salió de su casa. No le importó nada, aunque el evangelio no lo diga, correr riesgos ni dificultades: ¡se puso en camino y se acabó¡
Los pies de María son dinámicos. Se aventuran a perderse en los amplios caminos de la vida para que, los hombres, conozcamos a Jesús.
No nos podemos instalar en la comodidad. Los pies de María, nos invitan a salir de nosotros mismos...y a no cerrarnos en los cómodos muros de nuestros problemas o éxitos, alegrías o tristezas.
Salir al encuentro de los demás (y no sólo de los familiares) es hacerles partícipes de nuestros sueños y de nuestras conquistas, de nuestras inquietudes y también de nuestros fracasos.
No esperemos a que nadie llame a la puerta de nuestro hogar para reclamar o pedir ayuda.
La caridad o la delicadeza, cuando surge espontáneamente, tiene hasta más valor.
Presentemos a María, en este momento, la flor de nuestro servicio. Que nuestros pies, lejos de buscar caminos cortos y esquivar miedos, los dirijamos por las sendas que conducen hacia las personas que nos esperan y que, sin nosotros, tal vez no podrán seguir adelante.
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