En María, esto no se
cumplió. Vivió siempre con los ojos puestos en los planes que Dios tenía
preparado para Ella.
En Nazaret, con sus pupilas
dilatadas, dijo que "sí". Que, estaba dispuesta, como un cheque en
blanco para que Dios firmase cuando quisiera y como quisiera.
En el crecimiento de
Jesús, abrió bien los ojos para que, Jesús, anduviese por los caminos que
conducían a Dios.
En el final de la
vida de Jesús, aún con lágrimas, nunca el sollozo se antepuso a la altura con
la que, María, encaró y vivió la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo.
Y es que, María,
abrió los ojos para Dios y, además, le brindó todo su corazón. ¿Se puede
esperar más por parte de Dios? ¿Pudo dar más una humilde nazarena que a sí
misma?
¿Detrás de que corren
nuestras miradas?
¿Vemos la profundidad
de las cosas y de los acontecimientos o nos quedamos en la superficialidad?
¿Somos solidarios
cuando contemplamos causas injustas que hacen sufrir?
Presentamos, ante
María, unas gafas o anteojos... y le pedimos a Dios nos ayude a no perderle de vista en nuestro andar.
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