Comenzando por mi
casa…sembrando felicidad y amor o divisiones y odio… ¿Qué estoy
haciendo?
Se dice: mientras haya a mi lado
quien sufra, yo no tengo derecho a pensar en mi felicidad. Estas palabras suenan
muy bien, pero son falaces. Tienen una apariencia de verdad; pero, en el fondo,
son erróneas. A la primera observación del misterio humano, saltarán a nuestros
ojos una serie de evidencias como éstas: los amados aman. Sólo los amados aman.
Los amados no pueden dejar de amar. Sólo los libres liberan, y los libres
liberan siempre.
Los que sufren hacen sufrir. Los
fracasados necesitan molestar y lanzar sus dardos contra los que triunfan. Los
resentidos inundan de resentimiento su entorno vital. Sólo se sienten felices
cuando pueden constatar que todo anda mal, que todos fracasaron. El fracaso de los
demás es un alivio para sus propios fracasos; y se compensan de sus frustraciones
alegrándose de los fracasos ajenos y esparciendo a los cuatro vientos noticias negativas,
muchas veces deformadas y siempre magnificadas. Una persona frustrada es
verdaderamente temible.
Los sembradores de conflictos, en la familia o en el trabajo, siendo perpetuamente
espina y fuego para los demás, lo son porque están en eterno conflicto consigo mismos.
No aceptan a nadie porque no se aceptan a sí mismos. Siembran divisiones y odio
a su alrededor porque se odian a sí mismos.
Es tiempo perdido y pura utopía el
preocuparse por hacer felices a los demás si nosotros mismos no lo somos; si
nuestra trastienda está llena de escombros, llamas y agonía. Hay que comenzar,
pues, por uno mismo. Sólo haremos felices a los demás en la medida en que
nosotros lo seamos. La única manera de amar realmente al prójimo es
reconciliándonos con nosotros mismos, aceptándonos y amándonos serenamente. No debe
olvidarse que el ideal bíblico se sintetiza en "amar al prójimo como a sí
mismo".
del-sufrimiento-a-la -paz
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